...la salida de González puede propiciar un encuentro, si la nueva dirección del
PSOE gira a la izquierda y hacia el entendimiento.
Esta declaración de Julio Anguita, Secretario General del PCE y Coordinador
General de IU, refleja el sentir y el pensamiento de gran parte de los miembros de
esas organizaciones.
El anuncio de la retirada de Felipe González de la Secretaría General del Partido
Socialista Obrero Español, que se produjo en el marco del reciente 34 congreso
de esa formación política, hizo nacer en nuestras filas políticas la esperanza de que
el Partido Socialista, bajo una nueva dirección política, tomase otro rumbo s
acorde con su tradición y titulación socialista, y rompiese para siempre con la
etapa del «felipismo» tan nefasta para la izquierda.
Pero pronto se desveló que no iban por ahí los tiros. Para empezar, no hay ninguna
retirada de Felipe González. Esta retirada de ahora es tan falsa como la que hizo en
1979, y ades está muy relacionada con aquella en lo que se refiere a los
objetivos últimos que se pretenden alcanzar con ella.
Recordemos las circunstancias de aquella retirada anterior. Por aquel entonces la
dirección felipista del PSOE se había propuesto la supresión del referente marxista
del partido. En lo que se presentaba como una renovación de acuerdo con el
espíritu cambiante de los tiempos, había un intento consciente de desvincular al
partido de Pablo Iglesias de una ideología que lleva dentro de la idea de una
transformación social que ponga fin al dominio económico de unas clases sobre el
conjunto de la sociedad. Librándose de ese molesto compromiso ideológico, el
partido de Felipe González avanzaría en la ciénaga socialdemócrata donde no se
atiende tanto a la transformación de la sociedad como a su gestión política en
buena armonía precisamente con los dominadores económicos de esa sociedad.
Honra bastante al PSOE de entonces el hecho de que rechazase aquella
“renovación” y prefiriese mantenerse fiel al espíritu marxista transformador y
reivindicativo que había inspirado, casi un siglo antes, el nacimiento de ese
partido. La retirada del equipo felipista se produjo como consecuencia de ese
rechazo. Aquella fue la primera de las falsas retiradas de Felipe González. Aunque
un nuevo equipo asumió nominalmente la dirección del partido, en realidad, la
claque felipista, de la que Alfonso Guerra era uno de sus máximos exponentes, en
ningún momento perdió el control del aparato de la organización. De hecho, Felipe
y sus muchachos volvieron a asumir poco después la dirección del partido, y
aunque parece que ya no volvió a mencionarse el tema del abandono del
marxismo, en la practica el PSOE fue un partido del tipo descomprometido y
acomodaticio que preconizaban las tesis felipistas. Los trece años de gobierno de
ese líder fueron una concreción y una materialización del abandono que se había
producido del espíritu revolucionario e izquierdista, y de la reconciliación de los
anteriormente marxistas con este tipo de sociedad injusta y con los poderes que la
dominan.
Pues bien, aunque no lo parezca, la actual retirada de Felipe González, en realidad
responde a una estrategia de profundización en el proceso que persigue convertir al
Partido Socialista en un instrumento totalmente inútil e inservible para la
transformación social que constituye su vocación fundacional.
Vamos a explicar el objetivo que se pretende conseguir con la maniobra de Felipe,
pero antes hay que dejar claro, pues mucha gente no lo ve así, que se trata en
realidad de una maniobra. El mundo de la política está lleno de falsas retiradas. El
esquema consiste en que el der que se va, o que dice que se va, promueve la
elección de un sucesor a su gusto y medida, a través del cual pretende seguir
dirigiendo desde la sombra. Santiago Carrillo, Manuel Fraga, y Margaret Teacher
podrían explicarnos (por haberlo experimentado ellos mismos) que ese sistema no
suele dar buenos resultados. Los sucesores elegidos acaban sacudiéndose la tutela
del líder anterior y desarrollando su propia política. Sin embargo no parece que ese
vaya a ser el desenlace de la reciente operación de Felipe González. Por una parte,
este líder no se encuentra aún en la fase biológica en la que otros perdieron el
control de la organización que dirigieron. Ades está el hecho de que fue elegida
una nulidad absoluta para suceder a Felipe en la Secretaría General. Si Almunia
termina asumiendo el control real del partido que González quiere conservar, nos
sorprendería mucho a todos pero el más sorprendido seria el propio Joaquín
Almunia. Felipe conservará el poder desde su función de jefe del grupo
parlamentario socialista, y ya queda claro que el seguirá siendo el candidato del
partido para la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones. El control del
partido no se ejerce necesariamente desde la Secretaría General. En el PP el
secretario general cumple simplemente una función burocrática mientras el
hombre fuerte del partido ocupa la Presidencia. En el PSOE, en cambio, el
presidente Rubial es una mera figura honorífica y simbólica mientras la verdadera
dirección era ejercida por Felipe desde la Secretaria General. Desde ahora el
Secretario General Almunia será tan simbólico e inoperante como el Presidente
Rubial. El control político efectivo será retenido por Felipe González desde los
cargos que ocupe.
Podría entonces preguntarse a que viene esta operación estrambótica para dejar las
cosas como estaban. Por una parte se pretende dar la impresión de un cambio que
en realidad no se produce. Desvinculando la persona de Felipe de la dirección
nominal del PSOE se intenta conjurar el descredito que aportarían a este los
procesos pendientes por los escándalos y los crímenes de la etapa de gobierno
felipista. Por otra parte, la fórmula elegida resulta muy efectiva para darle el
puntillazo a Alfonso Guerra que ya no resulta útil para el nuevo paso que se intenta
forzar en el proceso de evolución del PSOE.
Pero lo más grave y más preocupante desde el punto de vista de posiciones
verdaderamente izquierdistas es precisamente esa profundización en la
degradación de lo que empezó siendo un partido marxista y obrero, hasta
convertirlo en algo parecido a los partidos norteamericanos, sin ninguna vocación
de transformación social, sin más objetivo que la consecución y el disfrute del
poder político, municipal, sindical...
Toda la trayectoria política de Felipe González está dedicada a impulsar ese
proceso de desvirtuación de la naturaleza política de un partido nacido «socialista»
y «obrero». Desde su concepción inicial de organización política instrumento de
un colectivo de izquierda para la realización de una idea progresista de liberación
de los oprimidos, el partido fundado por Pablo Iglesias evolucionó bajo la
dirección felipista hasta convertirse en algo muy diferente. Ante un país que
necesita y merece otra cosa, cada vez más esta formación política se nos aparece
como un club de trepadores dirigido por una claque de barones en torno a un líder
caudillista.
El reciente congreso de ese partido es un buen exponente de lo avanzado que esta
su proceso degenerativo. No se manifestó ningún tipo de crítica hacia la
desdichada etapa de gobierno felipista. Las únicas discrepancias que se
evidenciaron en el proceso congresual estaban en función de desacuerdos en el
grupo de barones dirigentes, por parte de los partidarios de Alfonso Guerra tan
comprometido y manchado por la basura del felipismo como el mismo Felipe
González. Los congresistas vieron cómo se hurtaba a la discusión de la asamblea la
elección del nuevo secretario general. El grupito de barones se lo guisó, todo.
Desaparece la capacidad de decisión del partido y sus bases en favor de una pula
y su cúspide que actúan no en función de ideas sino de intereses de clase política.
Viene a reforzar esta tendencia la reciente operación de Felipe convirtiendo al
órgano de dirección del partido en una instancia sin contenido político, mero
apéndice del verdadero centro dirección que se articula al margen y por encima del
conjunto de militantes.
Julio de 1997